No todos los destinos están hechos para la industria de reuniones. Algunos simplemente ofrecen infraestructura. Otros, experiencias. Y unos pocos, como Nayarit, logran fusionar ambas dimensiones con una naturalidad que no necesita exageraciones.
Algo está pasando en este rincón del Pacífico mexicano. Un territorio donde la sofisticación hotelera ha aprendido a dialogar con la biodiversidad, donde el lujo convive con la autenticidad, y donde las reuniones —esas que mueven cifras y decisiones— comienzan a buscar más que salones bien equipados: buscan alma.
Desde hace algunos años, el estado ha trabajado en silencio pero con claridad. Más de 36 mil habitaciones, hoteles galardonados por la AAA, conectividad creciente y una visión descentralizada que no se limita a un solo punto en el mapa. En Nayarit, un congreso puede tener vista al mar, sonido de selva y sabor de cocina tradicional. Todo en el mismo día.

Pero no es el dato frío lo que lo hace especial, sino la forma en que lo articula. Hoteles como Grand Velas Riviera Nayarit, por ejemplo, no solo ofrecen espacios con tecnología de punta. Ofrecen el Jardín Océano, un sitio donde las ideas parecen respirar distinto frente al mar. O su Playa Gazebo, entre el Pacífico y la Sierra Madre, donde una cena de gala se convierte en ritual.
En esa misma línea se encuentra Conrad Punta de Mita, que va más allá del manual de lo corporativo. Allí, el Salón Tukipa no es solo un ballroom para mil asistentes; es un espacio vivo que se transforma según la narrativa del evento. ¿Se busca algo más íntimo? Está Codex, donde la conversación se sirve entre vinos seleccionados y platos que honran la cocina de autor.
Y mientras tanto, en Villa La Estancia Beach Resort & Spa, la elegancia de sus cuatro diamantes se traduce en flexibilidad para eventos, en atención al detalle, en paquetes para grupos que no piensan solo en comodidad, sino en experiencia. Porque en el turismo de reuniones, el “cómo” vale tanto como el “dónde”.

Detrás de estos espacios hay una estrategia territorial que conecta destinos como Sayulita, Mexcaltitán o San Blas con una visión clara: diversificar la oferta sin diluir la esencia. Nayarit no busca parecerse a nadie. Su propuesta es la de un estado que sabe que el turismo de reuniones debe evolucionar del cemento al sentido.
A punto de estrenar una nueva terminal aérea en Riviera Nayarit, con caminos que conectan su red de Pueblos Mágicos con estados clave como Jalisco o Durango, y con una apuesta firme por consolidarse como sede MICE, el estado no quiere solo recibir eventos. Quiere transformarlos.
Y cuando un destino entiende que los congresos también necesitan inspiración, entonces deja de ser sede. Se convierte en anfitrión.
