El bullicio del Congreso Nacional de la Industria de Reuniones en Puebla se fue apagando poco a poco. Las salas quedaron vacías, los pasillos en silencio, y la ciudad que durante días se vistió de anfitriona regresaba a su ritmo habitual. Fue en ese ambiente íntimo, con las luces del congreso ya apagadas, cuando Michel Wohlmuth se detuvo un instante a conversar con Panorama Turístico. No era ya el presidente del COMIR: acababa de entregar la estafeta a Luis Díaz. Y sin embargo, había en sus palabras una claridad que trascendía cargos y periodos.
“Presidir el COMIR ha sido, sobre todo, un acto de gratitud”, dice, con la serenidad de quien sabe que el tiempo cumplido no se mide solo en logros, sino en huellas. Wohlmuth reconoce que lo recibido de la industria en su trayectoria es mayor a lo que él mismo ha podido dar, y por eso asumir la presidencia fue también un tributo personal a una comunidad que lo ha acompañado durante décadas.

El balance no se presenta en cifras ni en listas, sino en momentos que marcaron el camino. La consolidación de la unidad sectorial, que durante mucho tiempo fue una aspiración lejana, hoy es un proceso tangible. “Avanzamos en tender puentes entre asociaciones, en generar confianza donde antes había reservas”, comenta. Y aunque sabe que la construcción de consensos es un ejercicio lento y a veces ingrato, lo asume como la base indispensable de un COMIR que hoy tiene más cohesión.
Otro de los grandes aprendizajes fue constatar que la sostenibilidad y la inclusión ya no son temas periféricos, sino centrales. “La industria de reuniones no puede quedarse atrás en estos temas; al contrario, debe ser ejemplo”, señala. Durante su gestión se sembraron semillas: códigos de sostenibilidad, diálogos con la academia, y la convicción de que el talento joven es más que relevo, es presente. Su mirada se ilumina cuando habla de los estudiantes y jóvenes profesionales a quienes abrió las puertas del COMIR: “son ellos quienes nos obligan a pensar diferente, a ser más creativos y responsables”.
Wohlmuth no evade los desafíos. Reconoce que la falta de recursos siempre fue un límite, pero también un estímulo para buscar alianzas y hacer más con menos. En su gestión, el valor estuvo en lograr que las asociaciones encontraran motivos para caminar juntas. “No se trata de uniformar visiones, sino de lograr que la diversidad se convierta en fortaleza”, reflexiona. Esa capacidad de articular voluntades es, quizá, uno de los legados menos visibles pero más sólidos que deja.
La presidencia de Michel Wohlmuth se entiende mejor como una travesía que como una administración. Una etapa en la que el COMIR se reposicionó como interlocutor válido ante el sector público y privado, y en la que se reforzó la presencia de México en foros internacionales. Pero para él, más que de visibilidad, se trató de dignidad: “Nuestro sector tiene que creerse lo que es: un motor económico, pero también un espacio de innovación y comunidad”.

Hoy, al entregar la estafeta, Wohlmuth mira hacia adelante con confianza. Reconoce en Luis Díaz a un líder con visión de continuidad y apertura, capaz de dar al COMIR la frescura que requiere. “Lo más importante es que la institución siga, que cada gestión construya sobre lo anterior. La historia no empieza ni termina con una persona”, afirma con convicción.
La conversación avanza mientras los últimos equipos técnicos desmontan escenografías en el recinto. Afuera, Puebla retoma su calma, pero en ese espacio íntimo queda claro que el CNIR no termina con su clausura. Lo que se vivió durante esos días, y lo que se proyecta a partir de ahí, seguirá marcando a la industria. “Este congreso no es un punto final, es un puente hacia lo que viene”, concluye.
Dicen que el frío se siente cuando las luces se apagan, pero para Michel Wohlmuth no hubo vacío ni silencio. Hubo gratitud, hubo memoria, y sobre todo, la certeza de que lo sembrado seguirá floreciendo en la industria que ama. Fue ese instante donde la emoción se impuso a las palabras, como en los grandes conciertos: con un eco que eriza la piel y deja un nudo en la garganta, porque lo que acaba de suceder no es un cierre, sino el inicio de algo más grande.
